24 Abril, 2021 Cristo News / Actualidad – Génesis Verde

Foto Cortesía Protestante Digital

(Cristo News – Redacción) Especial By Federico Velázquez de Castro (Tomado de Protestante Digital)

“He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra.

Estableceré mi pacto con vosotros y no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.

Y dijo Dios: esta es la señal que establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros por siglos perpetuos; mi arco he puesto sobre las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes.

Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra.

Dijo, pues, Dios a Noé: esta es la señal del pacto que he establecido entre mí y toda carne que está sobre la tierra.”

Este trozo del libro del Génesis (9, 9-17), revela que tras el diluvio, Dios establece un pacto no sólo con la humanidad sino con toda la Creación. Una creación que se había revelado como “muy buena”, y dentro de la cual el ser humano comienza a dar sus primeros pasos. Una creación en la que también se piensa, a la hora de proporcionar el descanso a la tierra cultivable (Lv. 25), el reposo de los animales (Ex.23) y el cuidado de los árboles (Dt.20).

La naturaleza está presente con frecuencia en la Escritura. Dios, después de crear al hombre, lo dejó en el jardín del Edén para que lo cuidase y labrase (Gn. 2- 15). El nombre del primer ser humano (Adam) tiene la misma raíz hebrea que la palabra suelo (Adamah), lo que lleva a considerarlo como parte de la misma tierra que habita. El mismo sentido tienen los términos “homo” y “humus”, lo que curiosamente coincide con la intuición de las religiones indígenas: no es la tierra la que pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra, señalaba el indio Seattle, jefe de la tribu Dewamish, en su memorable carta al presidente de los Estados Unidos, Frankin Pearce, en 1854.

En síntesis, al ser humano le acompaña siempre una doble polaridad: la que le recuerda su pertenencia a la tierra y el universo, y su filiación divina, que constituirá lo más profundo y definitorio de su ser.

Más adelante, los profetas (Isaías, Jonás, Joel) resaltan la naturaleza junto a la misericordia y la justicia. Sin embargo, el ser humano, al orientar el desarrollo de una forma materialista y codiciosa ha ido generando daños e impactos que resienten el planeta y del que todas las especies, incluida la humana, son víctimas.

La concentración de dióxido de carbono ha superado en 2016 las 400 partes por millón. Quizás esta cifra no nos revele nada, pero hay que señalar que nunca en la historia de la humanidad se había alcanzado, por lo que, desde ahora entramos en un escenario inédito. Este producto, uno de los principales gases de efecto invernadero, y el cambio climático que de ellos se deriva, traerá condiciones meteorológicas más hostiles (lluvias torrenciales, tornados, huracanes, olas de calor…) para toda la biosfera. Y éste es sólo uno de los efectos más visibles: la subida del nivel del mar, la fusión de los glaciares, desplazamiento de muchos seres vivos, daños económicos y sociales…, no resultarán problemas menores.

Al igual que el ser humano, el resto de las especies también sufrirán el cambio climático y presentarán dificultades de adaptación: hoy se habla ya de la sexta extinción masiva, como consecuencia de nuestro modelo de crecimiento. Conocemos apenas dos millones de especies de las posibles 10 millones que pueblan el planeta, y muchas están desapareciendo sin haberse conocido. Además del valor que pueden encerrar para nosotros, como alimento o medicina, cada una de ellas es un milagro de la evolución, un patrimonio genético único que no debemos permitirnos el lujo de perder. Es, ciertamente, dramática la desaparición de tantos organismos que comparten la vida con nosotros y para los que éste es también su único planeta. La pérdida o destrucción de hábitats, las especies invasoras, el comercio ilegal…, junto con el cambio climático, son algunas de las causas de este alarmante declive.

Son solo dos ejemplos de la crisis ambiental por la que atravesamos. ¿Cómo se ha llegado hasta ella? Señalemos tres razones. Primeramente, el modelo de crecimiento económico, esto es, el modelo capitalista para quien naturaleza y seres humanos somos mercancía. Según ha ido introduciendo la sociedad de consumo –uno de sus últimos rostros- la demanda de recursos (y la generación de residuos), apoyada por una publicidad permanente, ha sido feroz, generando un evidente desequilibrio en nuestras relaciones con el medio.

En segundo lugar, la modernidad, que al centrar sus ejes en la razón y el progreso, abrió la historia al modo prometeico de dominación, colocando al hombre sobre la cima de la pirámide natural, que quedaba plenamente a su servicio. La posterior postmodernidad, al vaciar la sociedad de ideales, se enfocó en el disfrute de lo inmediato, por lo general material, con lo que la naturaleza tampoco salió muy bien parada.

Finalmente, hay que señalar la pasividad ciudadana, que tardó en tomar conciencia del riesgo que se avecinaba. Y entre ellos, destacamos de manera especial a los creyentes.

Sorprende que los cristianos no se pusieran a la cabeza en la defensa de los valores naturales. Tal vez porque las escrituras se han presentado de forma antropocéntrica, y por tanto, parcial; quizás porque algunas voces señalaban que primero estaban los problemas humanos y luego los demás; o, simplemente, que los rasgos ideológicos y económicos antes señalados se colaron también en las iglesias, en donde la cultura del poder y el capital no encontraron resistencia.

Mientras otras confesiones, especialmente las orientales, señalaban el valor de la compasión hacia todas las criaturas, el cristianismo –en general- se mostró indiferente ante el daño animal: ¿qué ha dicho de los espectáculos crueles, de la cautividad, de la experimentación…? ¿Qué voz cristiana se ha alzado, por ejemplo, contra el toro de la Vega, parece que ya felizmente suprimido? Y siendo España un país mayoritariamente católico, ¿qué dice la Jerarquía de todas esas fiestas en las que se maltratan animales –como las corridas de toros- muchas de ellas coincidentes con la celebración de fiestas patronales, en las que hay santos o vírgenes de por medio? ¿Ningún católico ha sido capaz de decir “No en mi nombre” ante espectáculos taurinos celebrados bajo el amparo de alguna festividad religiosa?

Afortunadamente, algo está cambiando. La reivindicación ambiental es uno de los signos de los tiempos actuales que requiere una respuesta urgente

Fuente: Protestante Digital – Tubo de Ensayo

Leer el artículo completo en: https://protestantedigital.com/tubo-de-ensayo/41563/cristianismo-y-medio-ambiente-una-vision-integradora (Contiene referencias)

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